Quizá lo primero que te venga a la mente cuando piensas en las diferencias entre refrescos y agua mineral sea el sabor o que los primeros están endulzados, pero esos no son los únicos aspectos que no comparten. Sigue leyendo para que sepas un poco más al respecto.
Agua y aire
Ambas bebidas tienen una cosa en común: las burbujas. Los refrescos o sodas, igual que el agua mineral contienen dióxido de carbono, el gas que les da su característica más distintiva.
Este compuesto inorgánico, es un gas incoloro que está presente de forma natural en la atmósfera de la Tierra y que tú mismo estás exhalando ahora mientras respiras.
Cuando el dióxido de carbono se mezcla con el agua, se disuelve parcialmente, formando ácido carbónico. Este proceso puede ocurrir de forma natural en aguas subterráneas, ríos, manantiales.
De este tipo de manantiales se extrae el agua que luego se embotella como agua mineral.
Aguas curativas (y tóxicas)
Desde la antigua Roma se pensaba que las aguas de manantial eran buenas para la salud: ya sea tomando baños en ellas o bebiéndolas.
Aunque los romanos no sabían la composición exacta de las aguas minerales, seguramente notaban algunos beneficios, porque por su origen contienen algunos minerales que son indispensables para el funcionamiento del organismo como: calcio, sodio y magnesio.
El problema es que además de esos minerales que pueden ser benéficos, también pueden contener pequeñas cantidades de otros que pueden resultar tóxicos, como el arsénico, u otros que le pueden dar mal sabor u olor, como los sulfuros.
Por eso quienes se dedican a embotellar agua mineral en la actualidad, les realizan análisis químicos y así pueden retirar las sustancias que no sean benéficas.
Parecidas, pero no iguales
Las aguas minerales se pueden considerar precursoras de los primeros refrescos: que se hacían mezclando jarabes de frutas con agua, y eran bebidas mucho más populares cuando en lugar de agua común, se les agregaba agua burbujeante de manantial.
Un problema es que no siempre se estaba cerca de una fuente de esas aguas y la otra es que no todas las aguas minerales tienen el mismo grado de carbonatación, es decir que no todas tienen la misma cantidad de burbujas.
Joseph Priestley desarrolló en el siglo XVIII, un sistema para agregar dióxido de carbono al agua y así replicar el efecto de las aguas minerales, sin tener que depender de un manantial para conseguirlas.
Este químico inglés notó que el sabor del agua burbujeante que había creado era agradable e incluso se la ofreció a un amigo como bebida refrescante: casi sin saberlo, Priestley había iniciado la industria refresquera.
En la actualidad se sigue embotellando agua mineral, que está carbonatada de manera “natural”, aunque en algunos casos también se le añade un poco de dióxido de carbono extra: es como si los refrescos les compartieran un poco de sus burbujas a las aguas minerales, en señal de gratitud, por haberlos originado.